París. Años 20. Una década llamada “feliz” antes de saber que se convertiría también en un periodo de entre guerras. La libertad y la creatividad campaban a sus anchas y es así como nació uno de los movimientos literarios y artísticos más importantes de los que se conocen hasta ahora en la cultura occidental. Las vanguardias trajeron consigo la libertad sexual y la exaltación del placer, Moulin Rouge mediante.
La imagen que se ha rescatado de las personalidades de la época ha sido más bien masculina. Picasso, Modigliani, Matisse, Miró o Hemingway estuvieron allí. Pero también Gertrude Stein, Sylvia Beach, Alice B. Toklass, Natalie Barney, Colette, Adrienne Monnier, Janet Flanner, Solita Solano o Djuna Barnes. Todas ellas formaron parte de la comunidad de mujeres de la rive gauche, la orilla izquierda del Sena.
Muchas de ellas no eran francesas. Llegaron desde Estados Unidos atraídas por aquel tentador estilo de vida: una alegoría total al disfrute. París fue, por tanto, su referente y su muso. Algunas de ellas abrieron librerías, otras se consagraron al arte de gozar y, en todos los casos, parieron joyas literarias y artísticas (la que no era pintora, escribía y también las había multidisciplinares).
El documental y posterior libro París era mujer*, de Andrea Weiss, nos traslada a todas esas vidas de mujeres, algo olvidadas y bastante invisibilizadas (o quizás eclipsadas por sus colegOs). Al leerlas, es evidente que lo primero que las unió fue la ciudad en la que se encontraban. En palabras de la propia Gertrude Stein, pionera de la literatura modernista que escribió novela, teatro y poesía:
“solo me gustaría escribir sobre una personalidad… París, que es donde estábamos todas y donde era natural que estuviéramos”.
Estaban todas y estaban juntas. Y esto significa dos cosas. En primer lugar, que practicaron la sororidad en su máximo esplendor. Explica Andrea Weiss que “tal vez esta sea gran parte de la clave de la fascinación que ejercen las mujeres de la orilla izquierda: la certeza de que en algún momento fue posible pensar y actuar en colectivo, de que hubo tiempos en que valió la pena sumergirse en lo grupal para ser más independientes y creativas”. Más allá de su trabajo, participaron en el de sus amigas. Así, muchas escritoras pasaron a ser editoras o promotoras de los libros de sus compañeras y no dudaron incluso en ayudarse económicamente para lograr abrir algunas librerías y celebrar exposiciones.

Además, casi todas las mujeres de la rive gauche se reconocieron lesbianas y muchas de ellas fueron amantes. Esto condicionó su producción literaria y su forma de relacionarse entre ellas. Su espacio por excelencia era el salón de Natalie Barney, el único en París consagrado al encuentro de mujeres dedicadas al arte y la creación, y que no tenían hueco en los salones eminentemente masculinos. De hecho, Barney creó una especie de Academia a la que llamó la Académie des Femmes. Esto supuso, sobre todo, una crítica a la Académie Française, en la que no hubo ninguna mujer hasta 1974.
En la Rue de la Bûcherie, frente a la Catedral de Notre-Dame, todavía se encuentra la librería Shakespeare & Company, otro de los puntos claves de las mujeres de la rive gauche. La librería, que fue fundada por Sylvia Beach, vivió gran parte de su vida, hasta la ocupación de Francia por parte de los nazis, en la cercana Rue de l’Odéon. Aunque el nuevo establecimiento ha olvidado el recuerdo de su madre, allí Beach editó Ulyses, de Joyce. Y fue la primera en hacerlo. La misma calle albergaba además la librería de Adrienne Monnier: La Maison des Amis des Livres.
Para volver a ellas la mejor herramienta es El Almanaque de las mujeres, escrito por la gran Djuna Barnes en 1928 y editado recientemente por Egales. El texto es una sátira de la comunidad feminista y lésbica de la rive gauche. “De sus Signos y sus mareas; de sus Lunas y sus Mutaciones; de sus Estaciones, Eclipses y Equinoccios”.
*París era mujer está editado por Egales.
[Collage de Alba Mareca]
Artículo publicado en el Figazine número 2.