«Tomate la noche libre, no nos servís si vas a estar sensible»

Ilustración de Berta Crespo

(o «Sé un poco menos minita y dejate de joder»)

Ilustración de Berta Crespo Rubio.

«Tomate la noche libre, no nos servís si vas a estar sensible» me decía mi jefe mientras me explicaba que los clientes no pueden ver a una mesera con mala cara. Aunque le insistí que quería quedarme trabajando, me dijo: «No, mirá, ya te vas a poner a llorar de nuevo». Y esa frase actuó como una canilla para que se me llenaran los ojos de lágrimas nuevamente, no por tener que irme a mi casa a descansar en lugar de quedarme 9 horas parada atendiendo un bar en el que no me sentía cómoda, sino por la humillación de que me digan, claramente, que para trabajar les sirve más alguien que puede agredir que alguien a quien esa agresividad le afecta.

Cómo empezó todo

La entrevista fue como tantas otras: llegué cansada de buscar un trabajo en comunicación sin resultados que me permitan afrontar los gastos a fin de mes. Había enviado mi currículum, en el cual les contaba mi experiencia como camarera y exageraba mi predisposición y pasión por atender al público.

Día de prueba: «Muy bien, entendiste como se mueve el salón, empezás el lunes».

Cuando comencé no esperaba que fuese distinto a las veces que lo había hecho antes. Al final siempre -o casi siempre- es similar: más horas de las acordadas, jefes con complejos de grandes líderes y tratos sexistas, del tipo: “si es una mesa de chicos mejor que vayas vos, así sacas más propina”, «parate derecha y sonreí que estás más linda», «uy, mejor no estar cerca cuando estés con la regla», o “los doscientosochentayunmilnovecientossesentaydos cubiertos que se usaron hoy, limpialos vos (mujer) porque los chicos -que son dos, y que claro, son muy fuertes- van a levantar los cuatro cajones de agua y demostrar toda su hombría en ese proceso, y después les va a quedar un rato para tomarse su merecida birra y fumarse su ansiado porro”. Porque, obvio, ellos trabajan mejor y más rápido.

Sobre cómo dar un buen servicio

(o que entiendas que te hacen un favor por dejarte trabajar)

No importa si llegaba 20 minutos antes que el compañero con el que me tocaba hacer apertura, ni si hacía el 80% del cierre del bar (porque quería ir a casa a dormir después de 9 horas de trabajo) mientras él se tomaba una birra. Yo era la nueva, la inepta.

Todas las explicaciones comenzaban con: «sabemos que sos nueva, no tenés experiencia, así que no esperamos que lo hagas bien». Parece que resaltar tu inexperiencia es la clave para que sientas que te hacen un favor enorme al dejarte trabajar igual que a los demás. Cada vez que escuchaba esto, pensaba: “que raro, si me llamaron por mi currículum, en el cual les aclaro que si tengo experiencia”. Y aunque me cueste decirlo, al menos voy a escribirlo ahora: yo sí tenía experiencia y sí sabía hacer el trabajo.

Sobre quién atender primero

(o levantar minitas es siempre prioridad)

Y aunque hasta este punto era todo, lamentablemente, bastante predecible; aparecieron cosas que me hacían sentir que nunca iba a perder la capacidad de asombro ahí adentro.

No voy a hacer una lista interminable de quejas de las situaciones sexistas que se daban continuamente, pero creo que compartir algunas a modo ilustrativo, no está de más:

Si tenemos una mesa de mujeres menores de 40, es regla de la casa invitarles un shot, una copa de cava y hasta el postre. – Es que claro, cualquier cosa que ayude a ligar al camarero es avalado por el encargado como un gesto de complicidad y hombría admirable entre compañeros.

La extrema complicidad de meseros y encargados a la hora de apoyarse en la importantísima y siempre prioritaria tarea de «ligar» llegaba a puntos tales como que un compañero (obvio hombre, va… que hombre, para ellos «macho») pudiese sentarse en una mesa de mujeres para tomar una copa de vino con ellas o dejarme sola con el restaurante lleno, para acompañar a un grupo de chicas hasta una discoteca, con la promesa de el regresar pronto a verlas y llevarse su premio de la noche.

El fin

Con el paso de los días y semanas, cumplí un mes y medio en ese restaurante de tapas para turistas en el Borne, que puede ser cualquier restaurante de tapas para turistas en el Borne. Y la explicación del encargado de que preferían trabajar con hombres porque lo hacen mejor y más rápido (y además no tienen la regla) pasó a ser cada vez más evidente en su forma de actuar.

Estaba claro que, como me dijo mi compañero, «trabajar con chicas al final siempre trae problemas». Y sí, es un problema, un problema si no pensás salirte de tu lugar de macho dueño del salón y trabajar como iguales. Es un problema si no podés aceptar que te pida que no me grites, o que no te aplauda tus conquistas diarias y tus comentarios machistas.

El último día que fuí al bar, mi compañero de turno, el mismo que me aclaró que trabajar con mujeres da problemas, el mismo que me gritó e insultó por cosas como no saber llevar 3 platos a la vez, y el mismo que se cansó de repetir que no saldría con una latina porque éramos de lo peor (y daba por hecho que además moríamos por él). Ese mismo, me corrió de una mesa diciéndome frente a lxs clientes que él “lxs iba a atender mejor». Avergonzada, me aparté sin decir nada. Luego me sacó de las manos una botella de vino alegando que la comisión de esa venta le correspondía a él. Cuando le pedí que me hablara bien, me respondió que él “no tenía porque decirme guapa, mi amor ni invitarme a salir», porque claro, a eso se reduce el buen trato que se le puede dar a una mujer.

Y sí. Finalmente la bronca me llenó el pecho y del pecho se me fue a los ojos y aunque hice fuerza y me prometí no hacerlo… le dí el gusto y terminé llorando. Llorando de impotencia por no poder responderle nada, por estar ahí teniendo una conducta de la cual conozco el nombre: «indefensión aprendida», pero frente a la cual no pude hacer nada.

El encargado me pidió que me fuera a casa, porque obvio… aquel que puede agredir es más fuerte y apto para un el trabajo que quién se ve afectada por estas agresiones (cualquier parecido con todo el sistema en el que vivimos, es solo coincidencia). Y, es que, como me dijo antes de que me fuera el mismo encargado: «así es el mundo, un lugar difícil», y parece que el mundo ya es como es, o te sumas a ese mundo o te quedas afuera.

Al final me fuí llorando y sintiéndome totalmente humillada. Llamé a mis amigas y les conté lo que había pasado, mandé audios diciendo lo tonta que me sentía por haberles dado el gusto de llorar, y principalmente por permitir que mi compañero sienta que se cumplió su premisa «trabajar con chicas siempre trae problemas».

Las horas pasaron, y como siempre, al rato ves esos momentos desde otro lugar, y al final la humillación inicial desapareció. No es que no se me ocurrieron mil cosas que pude haber respondido en lugar de llorar, pero ya no me sentí humillada. Me sentí bien y me di cuenta que estoy del lado que quiero estar: donde no normalizamos una agresión, una situación violenta. Entendí que el problema no es mío por llorar, no es nuestro por «ser sensibles»,  es de ellos por agredir, es del sistema por disfrazar eso de fuerza y eficacia y volverlo una herramienta valiosa.

Y me fui convenciendo de que es mejor estar de este lado, del lado de lxs que creemos que aunque haya que buscarlas, tienen que haber otras opciones, porque que algo se repita no lo hace válido. Así que amigas: a buscar esos espacios distintos porque existen; y si no los encontramos, estaremos obligadas a crearlos.

 

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