Pelillos a la mar

Y si no me depilo más. Rocío Salazar

Y si no me depilo más. Rocío Salazar
Ilustración de Rocío Salazar

Hasta hace relativamente poco, me creía que la gente de isla teníamos un extraño don de ser un poco más libres. Quien quisiera podía pasearse desnudx por casi cualquiera de nuestras playas sin recibir miradas incómodas. Ni qué hablar de ir sin la parte de arriba del bikini. “Suerte de las súpermodelos que se pasean por nuestras playas”, pensábamos de pequeñas, “así nadie se fijará en nuestras tetas”. Y así es como empezamos a dejarnos el pudor y la parte de arriba en casa. Bendita inocencia.

Lo de la libertad lo dejamos un poco a parte, pero seguimos yendo a la playa como nos da la gana. Depilación incluida. Soy una de esas muchas mujeres que se depilan porque quieren. Como tantas otras que lo han hecho antes que nosotras, siguiendo el ejemplo que nos dieron las revistas de moda de los años 20. Y como algunas de ellas, soy de las que me olvido fácilmente de que existen los pelillos en las axilas hasta que me da por observarlas detenidamente. O hasta que me lo recuerdan.

En julio y agosto es bastante complicado conseguir un sitio en la arena en el cual tu toalla no colinde con la de al lado. Sirve para trazar amistades efímeras o para evitar que, al menos en un lado de la toalla, no vaya tanta arena. Nuestro vecino fue uno de esos hombres que puede tener poco más de 25 años o estar llegando a los 40. Establecimos una conversación trivial al nivel de “qué tiempo hace hoy”, pero versión playera. Hasta que llegó la pregunta.

– “Oye, ¿tú no te depilas?”
– “Sí, claro – ¿claro? -”.
– «Ah».

¿Ah? Indagando en lo que había detrás de esa respuesta descubrimos que le incomodaban los pelos. No así en general, no. Los de los sobacos de las mujeres. Concretamente, y en este caso, los míos. Resulta que son antiestéticos. Vaya. Y antihigiénicos. Uf. Suerte que nos avisó, sino habríamos acabado por coger cualquier enfermedad (?).

Cuando le preguntamos por qué los nuestros eran antihigiénicos y los suyos no, estuvo un rato callado. Por el sudor, nos dice. “¿Tu no sudas?”. “Sí, pero es diferente”. Ah. Y nos encontramos ahí, sentadas delante de la inmensidad del mar y compartiendo vecindario con un hombre al que le incomoda el vello corporal femenino. Como a gran parte de la población. Como, y aunque nos pese, a nosotras. Un par de días después me depilé. Porque quiero. Pero ese día los mostré orgullosa y pensé: “pelillos a la mar”.


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