La mesa está servida

Ilustración de una mujer de los años 50'

Me paso el año yendo a marchas, eventos, charlas, seminarios y todo evento feminista que promueva la igualdad y luche contra el machismo. La mayoría de las reuniones a las que acudo terminan con planes maestros de como cambiar el mundo y, obviamente, derrotar al patriarcado.

Me sumo en las redes a todo tipo de evento que busque eliminar hasta la más mínima cuota de machismo arraigado en la cotidianidad, ese que decimos: «hay que visibilizar».

Todo para volver a mi casa a pasar las navidades, y encontrarme a mi misma levantando los platos de mis hermanos/primos/tíos. Esto mientras ellos charlan distendidos, haciendo sobremesa y sin darse por aludidos en aquellas misteriosas tareas domésticas, para las cuales – supongo que sospechan – «las mujeres tenemos habilidades especiales».

Es que es increíble como al momento de ejercer cualquier actividad de cuidado, estos sujetos sin siquiera inmutarse comienzan charlas ininterrumpibles, agarran sus teléfonos para asuntos que seguro no pueden esperar, o incluso nos miran hacerlo distraídos. Como si nada tuvieran que ver con el montón de platos sucios que se acumuló durante la cena.

Corriendo el riesgo de ser tildada de extremista, exagerada y quilombera, me enfrenté a mis primos, hermanos, y tíos un día de enero preguntándoles si se sentían incapacitados para realizar la titánica tarea de levantar la mesa o si era que esta actividad tan «femenina» podía bajar sus niveles de testosterona. La respuesta fue… la nada misma: «No la levantes vos tampoco si tanto te molesta».

Entonces me encontré en un dilema: Seguía dejando en las de siempre todas las tareas de cuidado, haciéndome parte los que esperan ser atendidos, porque es el deber de ellas hacerlo, porque obvio, son MADRES. O me sumaba a ellas, volviéndome parte del ejército de cuidadoras que perpetúan esas actitudes cómodas y sexistas.

En esta situación como en otras no supe de qué lado estar, de todas maneras en cualquiera de los dos estaba siendo parte del problema. Decidí sumarme a estas mujeres manifestando mis quejas en voz alta, repitiendo lo ridículo de la situación y haciendo el flaco favor al feminismo de la queja eterna.


0 respuestas a “La mesa está servida”

  1. Me sumo ! y adhiero las veces en las que estas mujeres de la familia ya con un poco más de experiencia y edad reclaman la ayuda SOLAMENTE de las nuevas generaciones y no claro, de ‘ellos’ quienes gozan de su derecho a ‘no hacer nada’ sentados en la punta de la larga mesa

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