Derecho a estar enfadadas


Si me levanto y no puedo tomarme un café, no soy persona. Hay veces que necesito dos o tres. De tanto en cuanto, hay días enteros en los que no consigo ser persona. Siguiendo mi ritual de cada mañana, abro el armario en busca de mi taza. Rosa. Recién levantada aún no estoy lista para romper con los estereotipos de género. Desde la estantería me saluda su vecina con un Hoy es un buen día para sonreír. O no.

Desde hace algún tiempo, las redes y el material escolar se han llenado de mensajes cargados de positivismo y buen rollo. Siempre rodeados con colores pastel y objetos inanimados sonrientes. Hasta las mierdas sonríen en esas ilustraciones. Resulta que quienes anuncian estos productos son mujeres. Felices, claro.

Salgo a la calle con mi cara habitual. La verdad es que nunca me la cambio. Y pronto oigo un “¡Sonríe, niña! Que nunca está de más”. Un señor muy animado, probablemente con muy buena fe pero que tiene esta extraña obsesión – como muchxs otrxs – de que las mujeres tenemos que ir todo el día con una sonrisa en la cara y repartiendo flores y palabras amables. Vaya.

Cuando llego al bar, ya me esperan. Otra vez tarde. Puede que necesite el segundo café. Mi grupo de amigos está sentado, me añado y espero a que acaben la conversación. Me recuerdan que estoy muy callada, a lo mejor no tienen en cuenta que antes del mediodía me cuesta construir oraciones complejas. Espera. Alguien ha encontrado la verdadera razón: “Está con la regla, fijo. Las hormonas”. Y unas risitas de fondo.

Y es que resulta que las mujeres siempre tenemos que tener una razón que nos expulsa de la realidad para abandonar ese mundo color pastel y lleno de frases de autoayuda. Mira, no. Nos enfada salir de la universidad con el trabajo precario como única expectativa. Nos enfada que una mujer sea violada cada ocho horas en el Estado español. La brecha salarial. Los youtubers gallitos. El “ni machismo ni feminismo”. O la taza rosa de cada mañana.

Vivimos en una sociedad en la que cualquier emoción que saque a las mujeres de su buenrollismo estándar se tiene que atribuir – casi de manera universal – a una causa ajena que pueda explicar el fenómeno paranormal. Cuando nos enfadamos será la regla. O el marido – novio, si somos jóvenes; ya se sabe que somos heterosexuales por naturaleza-. Cuando somos malas es por algo trágico en nuestro pasado o porque tomamos substancias psicotrópicas que nos enajenan de la realidad.

Y no. Simplemente somos. A veces con argumentos razonables. Otras veces con sinrazones que nos llevan de cabeza. Sea como sea, dejen de preguntar. Dejen de bombardearnos con mensajes pastel los días que no llevamos una sonrisa estampada en la cara. Tenemos derecho a estar enfadadas. Con o sin razón y sin dar ninguna explicación. Como decía Amelia Valcárcel “lo que sea que se reparta tenemos derecho a la mitad”.

Foto: «Vuélveme a preguntar si tengo la regla y quien sangrará serás tu». Neus Suñer


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